De Cómo mi Papá Regaba las Plantas con Café

     Contrariamente a lo que se puede pensar, regar las plantas con café es un proceso largo; dista mucho de echarles agua, y el efecto tampoco es el mismo. Es, sin embargo, mucho más satisfactorio.
     Empezaba yo. Me despertaba temprano, o temprano para lo que era el orden matutino de mi casa. Me permitía un rato dando vueltas en la cama, averiguando si valía la pena levantarse, o si mejor no, si mejor unos minutos más. Mientras, los dedos me recorrían la piel mecánicamente, porque a la mañana siempre estoy más fresca, y me gusto mucho más. Y sí, me levantaba, porque no quería perder mi momento favorito del día, cuando todo estaba en silencio y podía ir a las anchas sobre mis oportunidades. Recorría callada la distancia hasta la cocina para no despertar a nadie, no por consideración de su sueño, sino para alargar mi paz. Una vez ahí, daba comienzo a un ritual tan propio como mis palabras, y me preparaba un café. Soy de esas personas que tardan media hora en hacerse el desayuno, y soy de esas personas que piensan que es mejor así. Y lo que era el café…, pero esa es otra historia, en ésta el café es café, y lo que importan son sus restos. Dejaba mi taza sin lavar y me retiraba. Mi parte había terminado. Entonces tenía que esperar a que mi papá se levantara, más cerca del mediodía que de la mañana. Me saludaba lento, porque su ritmo era otro, y porque no se puede esperar mucho de alguien que se acaba de levantar. Él no solía desayunar, pero igual iba a la cocina, donde sabía que los restos de los granos de café estarían esperando. Los tomaba con un tenedor y se dirigía al rincón de las plantas, esparciendo el compost natural sobre ellas para que así crezcan. Y crecían, sin duda. Se estiraban hacia este nuevo sol granulado en fotosíntesis precoz,  alzando sus tallos en triunfo. Crecían metros a una felicidad pasmosa, rompiendo masetas y traspasando techos, pero a los vecinos no les molestaba, tan fantástica era la escena; se veían las raíces en éxtasis y flores que se abrían en una cámara más rápida que cualquier documental. Y yo no sabía si me alegraba más tal espectáculo de maravilla, o la cara de satisfacción de mi papá, y sus silbidos por lo bajo.   

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