Esto es lo que Queda

Agarra tu corazón roto, y hacelo arte.
.Carrie Fisher

    Fue todo muy dulce. Como cuando se le dice a un niño que tiene una enfermedad terminal. “Sentate. Me gustaría  no tener que decirte esto, pero…”Muy dulce. Sentía un peso en mi pecho hacía días, y al parecer vos lo sentías también, en ese lugar donde entendimos que ya no nos encontrábamos.  Siempre nos jactamos (¡qué fácil era hablar así! No sabíamos realmente que eran días contados) de que sabíamos que iba a terminar en algún momento, no éramos ingenuos. No estuvimos listos para cuando terminó. Fueron horas y noches de trasfondado silencio al principio, en las que di vueltas en la cama hasta que el peso de mis ojos hinchados me obligaba a dormirme, con un último pensamiento ya casi onírico acerca de si vos estarías igual, si mirabas el techo en perpetuo insomnio, si vos también evaluabas cada palabra con dolor. La mañana era quizás peor: en el minuto cero del despertar todavía no había pasado nada, y era ese realmente el único momento limpio de mi día. Entonces me golpeaba, volvían las palabras de la noche anterior, las que dijiste y las que no, y me preguntaba el por qué en ambos casos.  La mañana la transitaba sólo en la obligación, sabiendo que estabas ahí, viéndote (¿en qué estábamos pensando? Es tan peligroso reclamar como propios lugares que pueden no volver). Ahí es cuando te odiaba, porque yo me sentía como un fantasma que deambulaba en la que solía ser su casa, conocía los pasillos, pero ya no eran míos; y a vos te veía bien, tan bien, qué hermoso sos cuando estás bien, por qué no podrías estar bien conmigo. Después me odiaba a mí por querer boicotear tu bienestar. Ojalá estés muy bien, y ojalá yo deje de ser tan mezquina.

    Nos vimos ese tarde para hablar, para llegar a algo, “¿a qué?”,  “No sé, a algo.”Experimentaba los mismos nervios que en nuestras primeras salidas, un mecanismo de defensa, un engaño inducido. Te vi, hablamos. Ese final que todavía no había sido pero sabíamos que llegaba venía con sus lágrimas. Yo ya te extrañaba. Me preguntaste qué pensaba, y te lo dije: pensé en todo lo cotidiano que ya no iba a ser, en que ya no íbamos a saludarnos, no de la misma forma, en que ya no podía esperar tu mensaje siempre puntual preguntándome cómo estaba, ya no iba a saber qué había sido de tu día. Pensaba en todos los libros que me regalaste, algunos de los cuales amé tanto como a vos; pensaba que cada vez que entrara a mi cuarto iba a ver en mi escritorio una máquina de escribir, que cuando me la diste se me habían llenado los ojos de lágrimas, lágrimas distintas a éstas. Pensaba que no íbamos a pasar el verano juntos, que el té para dos se iba a enfriar, y que te querría todo de vuelta si me lo pidieras incluso para terminar en el mismo punto, pero no me lo ibas a pedir, y de algunas cosas no se vuelve. Pensaba también en los secretos que te di, mis miedos, y las palabras más dulces sólo reservadas para vos, pensaba qué iba a pasar ahora con todo eso, gritado al vacío.  Nos abrazamos llorando años de conversaciones, vos temblabas como la primera vez que hablamos, como la vez que me confesaste, finalmente, que te gustaba, y que me querías, y por favor no me lastimes. Me hubiera encantado que fuera como esas primeras ocasiones. Ya sabíamos todo. Nos quedamos en la misma posición un largo rato, conocía tanto tu cuerpo, y no quería soltarte, porque estábamos mal, pero estábamos mal juntos, y ese me parecía un trato justo, si bien no lo era. Casi te pido que te quedes, pero no lo hice, y en el futuro sabré si hice o no bien, si no hubiéramos podido evitar el desastre, y si es realmente cierto que de algunas cosas no se vuelve, como de querer tanto a alguien como para que te rompa el corazón. 

Comentarios