Ruidos A Medianoche
Siempre viví rodeada de ruidos. Al crecer en la casa familiar, el incesante caminar de mi perro por las noches sobre el suelo de madera me aseguraba que la idiosincrasia nocturna permanecía imperturbable; por el contrario, era el cese de su cuadrúpedo andar al que debía estar atenta Cuando mis padres se separaron y mi tiempo se vio dividido entre la incómoda rutina de cambiar de residencia semanalmente, encontré que me tranquilizaba el zumbido del ascensor, cuando sus poleas lo hacían subir y bajar de forma impredecible a la madrugada. Había para mi cierto confort arrullador en la actividad de escuchar, y en los frutos que tal actividad me daba. La idea del vacío, de ausencia de sonido, me provocaba una sensación hueca, de abismal caída. Debido a todo esto, lo primero que hice cuando me mudé sola a un estudio un tanto apartado, fue comprarme un perro. Era el arquetipo canino: raza indefinida, pelaje de tonalidades marrones, altura de mesa ratona y ojos que solo servían para trasmitir ...