La Reina de lo Terrible
Al principio fue otra mañana, nada más. Mañana incómoda, sí, pero lo atribuyó al desconcierto del despertar, a la violencia de pasar del mundo del sueño a este otro, más angustiante. Así que se levantó, ignorando ese dolor en la espalda que seguro no era nada, que seguro sólo necesitaba café; y café se hizo, al igual que se hizo la luz. Café y rayos de sol, persiguiéndose por el espacio de la taza en el baile de lo cotidiano. Pero pasado el ritual del desayuno, comprobó que el dolor no había disminuido, sentía una punzada cada vez más aguda que se desplazaba por distintos sectores de su columna. A lo largo del día no hizo más que empeorar, sin importar las distracciones, o la aspirina, o cuántas veces rodara los hombros hacia atrás esperando destrabar a la fuerza un nudo secreto. Se acostó temprano esa noche, reorganizando almohadas y variando posiciones, convencida que dormir sería el remedio más efectivo. Pero el descanso nunca llegó, y recordó por primer...